Por las noches te recuerdo tanto, reina de colibríes.
Todo lo que hay en la noche eres tú,
inmensa hechicera,
esa fresca brisa que entra por mi ventana
y hace una breve visita a mi cuarto eres tú.
La oscuridad que me rodea
y me encierra como en una celda,
donde los garrotes son tan duros y memorables,
que no hago más que llorar y sonreír.
El más coordinado canto de los grillos
también te pertenece,
porque en cada estruendosa onda de sonido
es tu voz la que llega a mis oídos.
Y yo, como un ingenuo,
tengo que levantarme de esta rústica silla,
hacer doce pasos
para asomarme por la ventana
y buscarte desesperado
¡y te juro que espero verte
pasar como un bichito de luz!,
pero nunca lo haces.
Entonces miro para arriba y veo la luna,
tan llena y tan brillante, y más recuerdo.
Yo tuve a la más bella luna atrapada entre mis brazos,
tendida en mis sábanas azules
dejaste tu dibujo de eterno encanto
impregnado entre los lívidos hilos.
Pasan muchas estrellas antes de darme vuelta
de la manera más lenta conocida.
Hacer doce pasos sentarme y pensar,
para caer en sueño me hago la idea
de que mañana voy a seguir citándote
entre mis horas de condena.
Te recuerdo tanto
que me es inevitable no soñar contigo,
soñar que estamos jugando en alguna plaza en París,
ésa que prometimos conocer entre cantidad de besos.
Estoy cerrando los ojos
y aún te recuerdo, diamante de cereza,
corazón de primavera.
miércoles, 25 de noviembre de 2009
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario